El Gran Café de la Parroquia no es solo un lugar en el cual simplemente se toma un café por las mañanas, en realidad, es un hogar para los Veracruzanos. Desde sus inicios en 1730, la gente del puerto acudía a este lugar. Ubicada perfectamente de manera céntrica (literalmente a lado de la Parroquia) y sobre la calle Principal, se dice que empezó siendo más que nada una pulpería. Y poco a poco fueron introduciendo otros productos, entre ellos, el café. “Era más que nada un lugar de tendencia, para jugar dominó, cartas, lo que hubiera en el momento” comenta José López, mesero actual del establecimiento con más de 5 de años de experiencia. Este café, a pesar de haber sido testigo de los enfrentamientos y debates por los que pasó Veracruz en la época Independista, la Guerra de los Pasteles, y el combate con las fuerzas estadounidenses, se ha logrado mantener con la misma esencia. Todo esto, incluyendo los cambios de propietario por los que ha pasado, primero la familia Capdevila, luego los Menéndez y finalmente los Fernández, que son los dueños actualmente.
Aparte de haber sido uno de los primeros locales en vender café y tener un ambiente tan agradable, es el único en contar con una cafetera tan especial. Según la Gerente del lugar, la Sra. Emilia Gallo: “Solamente existen tres como esas en el mundo”. Esta, es traída desde Italia por el Señor Fernando Fernández hace más de 100 años. La segunda se dice que se encuentra en Alemania y de la tercera nadie conoce su ubicación actual. Es increíble ver como un aparato de semejante magnitud sigue intacto y funcionando a la perfección. Ahora bien, como saben los habitantes de Veracruz, existe otra sucursal del café de la Parroquia en Boca del Río, la cual, efectivamente cuenta con cafeteras muy similares, pero como se menciona anteriormente, no son iguales.
Pero la cuestión más interesante, es el descubrir la razón verdadera por la cual la creación del mismo, ha marcado una diferencia para la gente que vive en el Puerto. Para resolver esta duda, decidí adentrarme un poco a la historia y opté por ir a preguntar a las personas que asisten al café a menudo y llevan algún tiempo haciéndolo. Para mi sorpresa, me encontré con la Sra. Lucía González, ciudadana Veracruzana con 100 años de edad. Lo curioso de esto, es que ella lleva asistiendo toda su vida a ese lugar (desde que le ponían el cojín en el asiento de pequeña, hasta el día de hoy) y sigue manteniendo esa costumbre. Desayuna, come y cena ahí. Se encuentra desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde y para la merienda, los meseros ya saben qué va a ordenar y se lo tienen listo. “Estoy mejor que en mi casa, soy la más feliz aquí” comenta. “Es más que nada mi hogar, aquí encuentro de todo” añade.
Platicando con ella, me intrigó preguntarle el motivo principal de por qué continuar asistiendo a ese café en específico y no probar otros. Sin pensarlo, me contestó que para ella y muchas personas más, es simplemente una cuestión de tradición. Y tiene toda la razón. Se ha vuelto para muchos una costumbre el despertarse e iniciar el día con una deliciosa taza de café, o un rico lechero, el amanecer escuchando el trío de arpa, guitarra y jarana, o el deleitar su paladar con una bomba de nata. La gente lo disfruta, lo goza. Realmente se vive un ambiente que no lo hay en cualquier lado. A nadie se le cierran las puertas, está al alcance del bolsillo de cada persona, es un lugar para convivir. “Es una gran ventaja poder comer todo lo que yo quiera” comenta el Sr. Roberto Pérez, que desayuna cada mañana en el local. El Gran Café de la Parroquia es un lugar representativo de Veracruz. Ya sea por la comida, el café, la gente, la música, el ambiente, es un sitio el cual se tiene que visitar. Los Jarochos lo amamos por el simple hecho de que nos hace sentirnos en casa y porque podemos disfrutar de las mejores delicias de la región. Sin duda alguna, es una experiencia única.